
UN EPISODIO DE LA BATALLA DE ESPINOSA DE LOS MONTEROS (1808)
SEGÚN EL MONJE BENITO FRAY ÍÑIGO ALONSO GUERRA
José Luis MORENO PEÑA
RESUMEN: El 10 y 11 de noviembre de 1808 el ejército de Napoleón venció a tropas españolas en Espinosa de los Monteros (Burgos). Fray Iñigo Alonso Guerra escribió un relato de la batalla.
PALABRAS CLAVE: Espinosa de los Monteros. Burgos. Fray Iñigo Alonso Guerra. Monasterio de San Salvador de Oña. Parroquia. Parroquia de Santa Eulalia. Para. Cantabria. Santander. Goya. División. General. Artillería. Parroquia. Clero regular. Párroco. Santa Indulgencia. Santo Viático. Extremaunción. Sagrario. Pro articulo mortis.
ABSTRACT: On November 10 and 11, 1808 Napoleon's army defeated Spanish troops in Espinosa de los Monteros (Burgos). Fray Iñigo Alonso Guerra wrote a story of the battle.
KEY WORDS: Espinosa de los Monteros. Burgos. Fray Iñigo Alonso Guerra. Monastery of San Salvador de Oña. Parish. Parish of Santa Eulalia. Para. Cantabria. Santander. Goya. Division. General. Artillery. Regular clergy. Priest. Holy indulgence. Saint viático. Extreme unction. Sanctuary. Pro articulo mortis.
Entre los libros parroquiales del Archivo Diocesano de Burgos hay uno —Libro de Difuntos de la Iglesia Parroquial Monasterial de Santa Eulalia, de Para, de la Villa de Espinosa de los Monteros. Comienza en año de 1742— que entre sus inscripciones sacramentales incluye un relato insólito en este tipo documental 1. Se trata de la descripción palpitante de un episodio de la brutal batalla de Espinosa de los Monteros (Burgos), en la que, entre los días 10 y 11 de noviembre de 1808 se enfrentaron tropas españolas al ejército agresor francés 2. La desigualdad de efectivos y el desequilibrio de fuerza de los dos bandos —los franceses doblaban al español— paró en un desenlace favorable para el contingente invasor, tras cuya acción un decorado de destrucción, sangre y muerte ensombreció el verde escenario de los valles y colinas espinosiegas.
Es conocido el desarrollo de esta batalla, algunos de cuyos entresijos se han descrito con detalle 3. La cartografía conservada ha contribuido, asimismo, a la reconstrucción que de manera bastante precisa ha recreado el curso de las operaciones. Haremos referencia a ambas cuestiones con el propósito de situar espacialmente y de contextualizar cronológicamente en el discurso general del conflicto el intenso relato que nos legó un observador convertido en insólito informador de algunas circunstancias acaecidas en aquellos días aciagos, Fray Iñigo Alonso Guerra, monje benedictino del Monasterio de San Salvador de Oña, cura, a la sazón, de la parroquia de Santa Eulalia de Cáceres, en el pueblo de Para, uno de los núcleos de poblamiento que configuraban la villa de Espinosa de los Monteros 4.
Situación estratégica y vicisitud fortuita.
Condicionantes físicos —relieve, altitud y factores climáticos— son determinantes en la posición de Espinosa de los Monteros. Se halla en el fondo de un largo valle de dirección E-W, flanqueado por netas elevaciones en el S y, sobre todo, en el N. —Montes de Somo y de Valnera— con altitudes en torno a 1.500 metros —1.718 metros en Castro Valnera—. Arman un difícil parapeto natural que sirve de límite entre las tierras más septentrionales de Castilla y los humectados paisajes de Cantabria. En sus proximidades se abren tres abruptos portillos —Estacas de Trueba, Lunada y la Sía— que permitían una fatigosa comunicación entre ambas regiones y la apertura de Castilla al mar por el puerto de Santander 5. De E a W el valle forma un pasillo natural para la circulación de una extensa área, que desde tierras vascongadas se prolonga, después de salvar algunas dificultades, hacia los espacios del NW de la Península. Esa localización confería a este lugar carácter de nodo para la articulación de extensos territorios y le otorgaba el atributo de situación con valor estratégico.
Una representación del escenario de operaciones de aquella confrontación bélica de 1808 se contiene en un cuadernillo titulado Plano del campo de batalla de Espinosa de los Monteros conservado en la Cartoteca del Centro Geográfico del Ejército 6. Comprende dos planos, tres perfiles topográficos, con escala horizontal 1:10.000 y vertical 1:1.000, y un croquis —"cuadro de reunión"— de situación en el plano de las líneas de trazado de los perfiles. Son expresivos del relieve de los lugares donde se apostaron y por donde se desplegaron los cuerpos de ejército españoles. En otro plano, Batalla de Espinosa de los Monteros. 10 y 11 de Noviembre de 1808. Acción del día 11, se ha rotulado la situación de las posiciones de ambos ejércitos 7.
El ejército francés sobrepasaba los 40.000 hombres —25.000 al mando del mariscal Victor y 16.000 a las órdenes del mariscal Lefebvre—. El contingente español, al frente del cual estaba el General Blake, apenas llegaba a la mitad, unos 22.000 hombres, de todas las armas, de diferentes regimientos y de varias procedencias 8.
De la situación previa y desarrollo de la batalla, así como de sus consecuencias en los meses posteriores, hay un interesante relato del que es autor Nicolás Barquín Arana de Salazar, Abad de Pechón (Cantabria), titulado Memorias que sirvan a la posterioridad. Apuntes históricos sobre la antigüedad de la villa de Espinosa de los Monteros, destrucción, repoblación, privilegios, etc. Noticia individual de sus batallas en los días diez y once de Noviembre de mil ochocientos y ocho, y relación de sus padecimientos, etc., hasta el presente, con los beneficios que la han sobrevenido, etc. 9.
Llamaba la atención Barquín sobre las carencias de que adolecían las fuerzas armadas de los españoles 10. Contaba cómo, estando todavía en Santander, había visto el desembarco de parte de la División del Marqués de la Romana 11. Regresaba desde su acantonamiento en Dinamarca para combatir contra los franceses 12.
A lo largo del mes de septiembre y octubre se aproximaron a Espinosa, y pasaron por sus inmediaciones, distintos cuerpos de ejército, en dirección al Valle de Mena y Vizcaya. También se reforzaba con nuevos batallones el ejército napoleónico y se desplegaba ocupando nuevos espacios. El propio Napoleón se había desplazado a España. Empujados por la ofensiva iniciada por las fuerzas francesas, los españoles empezaron a replegarse y volvieron sus pasos hacia Espinosa, donde terminaron concentrándose y ensayando un escenario de resistencia. El día 9 de noviembre llegaba, procedente de Vizcaya, la división del General Blake, que sería el comandante general del conglomerado de fuerzas del cuerpo de ejército que operaba en el Norte. Con anterioridad había venido la División de Asturias, mandada por el General Acevedo. Seguidamente arribó todo el ejército de Galicia, mientras las fuerzas del Marqués de San Román se rezagaban defendiendo la retirada. Dificultades de coordinación derivaron en una situación de desorden, con episodios de indisciplina y deserciones, mientras se aproximaba el contingente francés 13.
Se distribuyeron por las proximidades del núcleo de poblamiento de Espinosa de los Monteros, apostados en varias eminencias y bosquecillos, sin dejar desguarnecido el valle y la parte llana. Un cuerpo de ejército, formado por soldados asturianos, a las órdenes de los Generales Acevedo, Quirós y Valdés, se colocó en una posición elevada. Otro cuerpo, el de la 1a. División, capitaneada por el General Figueroa, se desplegó en la parte llana, junto con la División de Reserva del Ejército de Galicia, mandada por el General Nicolás Mahy. La 3a. División, mandada por el General Riquelme, se posicionó en el valle. En un alto, junto a Espinosa, se situó la Vanguardia, mandada por el General Gabriel de Mendizábal. En otro altozano, camuflada en el bosque, se guarneció la 2a. División, al mando del Conde de San Román 14.
La confrontación se produjo el día 10. El combate fue encarnizado, con avances y retrocesos de una y otra parte. Se suspendieron al llegar la noche, con un balance incierto, que daba esperanzas a los españoles, aunque habían sufrido notable quebranto y los Generales Riquelme y el Conde de San Román habían recibido heridas severas.
Se reanudaron en la mañana del día 11. Tras horas de fuertes enfrentamientos, en los que fueron heridos de gravedad los generales Acevedo y Valdés y murieron el General Quirós y muchos otros jefes y oficiales, la batalla se fue decantando a favor de los franceses. Eliminada una parte significativa de los mandos del ejército español, y con castigo severo para la tropa, se apoderaron de las posiciones elevadas que mantenía el ejército asturiano, cuyas fuerzas, desalentadas, abandonaron la posición y huyeron por el N, hacia tierras santanderinas del Pas. Ordenó Blake la retirada, que se hizo por el puente sobre el Trueba, donde se produjeron abundantes bajas, al concentrarse en este punto y en sus inmediaciones la presión gala. Destacó por su valentía el entonces joven Oficial Rafael del Riego 15. Se acabó asimismo con las piezas de artillería que los españoles trataban de salvar. También el ejército francés sufrió grandes pérdidas, que, según habitantes del pueblo, no fueron inferiores a los 8.000 muertos 16.
Al miedo de los días anteriores sucedió el llanto, el luto y la tristeza, a lo que se añadieron en fechas posteriores los problemas ocasionados por los abusos y las dificultades causadas por la presión de unas exacciones insoportables, impuestas por los mandamases napoleónicos y gestionadas con la ayuda de colaboracionistas españoles afrancesados 17.
El relato de Fray Iñigo Alonso Guerra.
Un testigo circunstancial, Fray Iñigo Alonso Guerra, nos ha dejado un emotivo relato de algunos extremos no expresados en la extensa crónica de Barquín de lo acaecido en esos dos días, 10 y 11 de noviembre de 1808, así como de algunas consecuencias de los estragos, de los que se tomó conciencia en fechas posteriores.
Fray Iñigo era, a la sazón, cura de almas en la iglesia de Santa Eulalia de Cáceres, en el pueblo de Para, uno de los que configuran la villa de Espinosa de los Monteros. Aunque regía esta parroquia pertenecía al clero regular. No era infrecuente que a algunos frailes —él lo era del Monasterio de San Salvador de Oña— se les encargara la administración sacerdotal en parroquias rurales. Generalmente era en pueblos próximos al cenobio, aunque no siempre, como en este caso. A veces tenía relación con algún derecho de posesiones o rentas en los sitios en que se ejercía el ministerio.
Impresionado en el trance de ser testigo directo de un indeseable acontecimiento bélico, en las antípodas de la vida propia de su misión pastoral, dejó escrita una descripción de algunos hechos nunca antes vistos en aquel lugar. La reproducimos íntegramente unas líneas más abajo.
Es un documento, que, con agilidad y viveza, escrito sencillamente, propiciado por la curiosidad de su protagonista, se parece más al relato de un corresponsal de guerra del siglo XXI que a lo que podríamos imaginar crónica de un humilde clérigo de un pueblecito de principios del siglo XIX.
Al leerlo se trasluce como rasgo de su autor una personalidad de cura de almas serena y firme, la cual subyace en varios momentos de la narración. A la vez, hay muestras de preocupación en relación con otras cuestiones que comenta con criterio de analista, inspirado por el sentido común. Hay un lamento por los desastres de la guerra. Como un Goya sin pinceles ni lienzos en que plasmar el horror de tan espantosas jornadas, se sirvió del solo instrumento de la pluma y del papel corriente de un libro del archivo parroquial para legar a la posteridad un vívido retrato de aquellos sucesos. Le conmovía la desgracia que golpeaba a seres desvalidos. Se ve también su inquietud ante la desorganización, que percibía desde fuera, con análisis intuitivo, de una parte del ejército hispano. Combinaba una actitud de valentía impávida ante el peligro con el deseo de atender a los moribundos. No olvidaba su condición de clérigo, en su doble dimensión de servir al consuelo de su grey parroquial y preservar el debido decoro para los símbolos sagrados. Se trasluce una personalidad poliédrica, con don de gentes, decidida, hábil y compasiva.
La historia que se cuenta tiene dos partes. Una próxima a la fecha en que se escribe —6 de diciembre de 1808— y otra algo anterior —básicamente 8, 9, 10 y 11 de noviembre—. Se articula sobre una estructura de flash back. Es, pues, una forma de organización de la narración muy actual, característica del cine. Comienza en el presente, se proyecta sobre el pasado, en cuyo devenir inicia un nuevo transcurso del tiempo, y se vuelve al presente, con una incursión en el futuro antes de concluir. Se trata de una estructuración novedosa por el tiempo y sutil por la trabazón de sus elementos en las diferentes partes de que consta.
La primera corresponde a la inscripción oficial de un enterramiento en el libro de defunciones del archivo parroquial. Una vez terminada esta diligencia, en cumplimiento de una de las tareas regladas como administrador de la Parroquia, volviendo la vista atrás, se extiende la segunda parte de la historia. En ella se describen los acontecimientos y el escenario —la batalla de Espinosa de los Monteros— en que tuvo lugar el suceso registrado en el libro. Concluye con una reflexión sobre las dificultades materiales que obstaculizaron la atención espiritual.
El volumen en que se inserta el texto corresponde a un libro de inscripciones sacramentales. Por ello lo primero de lo escrito se refiere al fallecimiento y enterramiento de una de sus feligresas, Doña Ángela Gutiérrez de Puertas. Las alusiones con que se la menciona rezuman emotividad y compasión. Concisamente, pero de modo preciso, con pocos rasgos, pero significativos, de trazo impresionista, aboceta la semblanza de aquella infortunada mujer, viuda, de sesenta a setenta años —decía Fray Iñigo, aunque podemos pensar que se acercaría más hacia la cincuentena que a los setenta—, con cuatro huérfanos a su cargo, y muy pobre. No hay testamento, pero sí algunas disposiciones verbales, que manifestó al cura —"No hizo testamento, bien que poco o nada tenía de que hacerlo, pero me manifestó que, si después de pagadas sus deudas, quedaba algún sobrante, que sus hijos (están en la mayor pobreza) la sufragasen"—. Como buena cristiana, deseaba que se le oficiase alguna misa, pero, como mujer justa, anteponía a la realización de ese anhelo piadoso el cumplimiento previo de algunas obligaciones materiales. Encargaba que primero se pagaran las deudas, y después, si quedaba algo, que se hicieran sufragios por su alma. Era una mujer como tantas de aquel mundo rural, tan abundantes hasta hace poco tiempo, que, educadas según principios de una actitud de recta conciencia, concordaban naturalmente, en armónica composición, sus obligaciones morales terrenales con sus compromisos espirituales de carácter religioso.
Desde un punto de vista formal la narración tiene un estilo directo, conciso y claro. La exposición, sencilla y fresca, discurre con naturalidad. El relato es espontáneo y limpio, sin lugar para la ironía, pero sí para la crítica de algunos hechos censurados con vigor. Se plantea como un retrato de la realidad y se detiene en detalles como certificado de exactitud. Incorpora, como ya se ha indicado, la forma de flash back, con una pirueta que transporta el principio a conclusión y final.
"En 6 de diciembre de 1808. |45v Ángela Gutiérrez de Puertas. = Pagaron cuatro reales por la sepultura que es una de las destinadas para pobres. = En seis de diciembre de mil ochocientos y ocho, yo, Fr. Iñigo Alonso Guerra, monje de la Religión de S.n Benito, profeso en el Real Monasterio de San Salvador, sito en la villa de Oña, en este Arzobispado de Burgos, Vicario de cura de esta parroquial monasterial de Santa Eulalia de Mérida, única de este pueblo de Para, en el concejo de Espinosa de los Monteros, di en ella sepultura, en la segunda de el rumbo cuarto, principiándose a contar por el lado de el Evangelio, a Ángela Gutiérrez de Puertas, que finó el día antes, como a las diez de la noche. No he podido adquirir noticia de qué edad murió, pero a mi entender sería como de sesenta a setenta años. Estuvo casada con Felipe Quintano, Vecino de este pueblo, que es ya difunto; y de su legítimo matrimonio con él dejó dos hijos y dos hijas, que se llaman Manuel, Nicolás, Dorothea y Lorenza. No hizo testamento, bien que poco o nada tenía de que hacerlo, pero me manifestó que, si después de pagadas sus deudas, quedaba algún sobrante, que sus hijos (están en la mayor pobreza) la sufragasen.
Sólo recibió los Santos Sacramentos de la Penitencia y Extremaunción, y la apliqué la Santa Indulgencia pro articulo mortis. La exhorté a que tuviese vivos deseos de recibir el Sagrado Viático, que se lo administraría a poderlo administrar; y no habiendo sido posible administrárselo, realmente lo recibió espiritualmente, de forma que ella no faltó al Santo Sacramento. La causa de no habérselo podido administrar fue la falta de utensilios y más circunstancias calamitosas que voy a expresar.
Los días ocho y nueve de Noviembre de este año de mil ochocientos y ocho, observé que todos los caminos, senderos y Pueblos estaban llenos de soldados, o más bien paisanos de el Reino de Galicia con tintura o denominación de soldados; los que vi en los caminos y despoblados por donde se fugaban; robaban y hacían cuanto mal les era posible, sin per|46 donar la destrucción de colmenares y extinción de las abejas, mataban cuantos cerdos y ganados se les ponían por delante, inútilmente, pues los dejaban muertos en los caminos, calles o en donde los mataban, sin aprovecharse de ellos. En los pueblos nos entraban en las casas y nos hacían más daños y perjuicios que nos pudieran hacer los soldados de un ejército enemigo, o a lo menos tantos males.
Al ver por mí mismo tales maldades, y al experimentarlas, me resolví presentarme a el muy Excelentísimo Sor. Dn. Joaquín Blake, general en jefe del insinuado ejército que se titulaba de el Reino de Galicia, y no pudiendo estar personalmente con su Exca., lo hice en la plaza de Espinosa de los Monteros, personalmente, con S. S. el Brigadier Dn Manuel Fabro, que era mayor general de citado Ejército, en presencia de varios oficiales de graduación y algunos de los del Ejército, o más bien Paisanos Asturianos, que componían el ejército de Asturias a las órdenes de su General el Excmo. Sor. Dn. Vicente María de Acevedo, cuyos individuos seguían también la conducta de los Gallegos. Hablé, pues, al referido Fabro las expresiones siguientes, a las doce de el día nueve de Noviembre:
Señor, yo soy un Religioso de la Orden de San Benito, que sirvo una de las parroquias de el concejo de esta villa. Mis ojos no pueden ver con indiferencia la fuga vergonzosa seguramente de más de diez mil soldados de el ejército de V. S. y de el de Asturias, que está también reunido a el suyo, y mucho menos mi corazón puede callar los inauditos males que nos hacen. Éstos son tales que sólo la impiedad de un enemigo, el más despótico, cruel y despótico, puede igualarles en ellos. Las gentes no hacen sino derramar lágrimas de aflicción, no hacemos sino gemir sin consuelo; busco éste y nuestro remedio o cesación de nuestros males en la justificación de V. S., en la de sus Excelencias los generales de Galicia |46v y de los de Asturias.
Señor, si en algún día se debe evitar la deserción y compeler a los soldados fugados a incorporarse a sus cuerpos respectivos, es en que nos hallamos. La deserción se contendrá poniendo competentes centinelas en los respectivos regimientos y en las puentes y caminos y parajes por donde es posible hacerse; y la han hecho y van haciendo los fugados; éstos volverán en buen orden a sus cuerpos enviando a el efecto suficientes sargentos u oficiales. De esta manera el Ejército volverá a su debido orden y se pondrá en aptitud de la defensiva u ofensiva que convenga, y los Párrocos y nuestros Feligreses cesaremos de llorar y mucho de exclamar, como ya exclaman llenos de aflicción y de pavor, que nuestros enemigos son los que vociferan ser nuestros defensores.
El mencionado Fabro me contestó (a mi entender con falsedades): Ya se lo diré a Blake. En efecto, supe que le dio el Parte, pero los centinelas no se pusieron hasta cosa de la una de la tarde de el día diez, y hasta ésta fue continuando la sobreindicada Deserción y anterrelacionadas maldades. Todo lo sobredicho, y viniendo el Ejército francés siguiendo a el Español, me pareció que el de Blake y el reunido de Acevedo no dejarían de padecer grande descalabro y nosotros sus consecuencias desastradas, y me hizo observar de cerca cuanto pudiere ocurrir, a fin de resumir a su Divina Majestad, guardar el Copón, Cáliz y más sagrados utensilios.
Con esta mira pasé a la plaza de Espinosa de los Monteros. Supe que a el amanecer de este día, el Ejército Francés a las órdenes de su General en Jefe, el mariscal Victor Duque de Villune acometió a la retaguardia del Español entre los pueblos de Bercedo y Villasante. Que la retaguardia española, compuesta de unos seis mil hombres de los Regimientos segundo de Cathaluña, la Princesa, Zamora, Voluntarios de Navarra y otros (que así como éstos que comúnmente se llaman de el Norte porque a petición de Napoleón Bonaparte, primer emperador de los Franceses, fueron en su alianza a los |47 países de Dinamarca, Amburgo y otros, y, viendo los españoles que los necesitaba para defensa de su patria, los trajo mañosamente del mismo norte en transportes ingleses con sus generales, el Marqués de la Romana, Conde de San Román y otros) resistían en tal forma mandados por el Conde de San Román a la muchedumbre de Franceses que no les dejaban adelantar un paso, sino palmo a palmo y dedo a dedo.
Pasé a reconocer por mí mismo todo cuanto ocurría y vi que el día diez a el mediodía llegó la mencionada Retaguardia a los términos de Espinosa, siempre batiéndose, y se apostó en los términos de Cove y de Santotis y en los caminos reales de Quintana los Prados y de Edilla, poniéndose detrás de las paredes que cierran las heredades que están a el salir, y, ya salido de Espinosa para dicho Quintana, ermita de Sn. Miguel y hasta el molino de Edilla, el señor Blake, que tenía dispuesta la retirada para Reynosa tanto de su Ejército como de el de Asturias, vi que por estas circunstancias mudó de parecer y apostó sus tropas (no las fugadas, pues éstas no volvieron) en la forma siguiente: La Artillería en el campo que llaman la Riva, junto a las últimas casas de Espinosa, y otros dos cañones más abajo de la Granja de Cove, cuyo término ignoro cómo se llama. Las tropas de Fusilería en los citados caminos de Quintana y de Edilla, otra columna en Na. Señora de Afuera, otra muy considerable en los Cuetos y otra en los campos de San Sebastián y otra en las alturas de el sitio que está más delante de la Ganista.
Vi que sólo los mencionados de el Norte y la Artillería hacía e hizo tal matanza en los Franceses que por lo menos, desde las dos de la tarde hasta el poner de el sol, murieron más de ocho mil a mi entender, según lo que veía yo mismo y entendían y vieron otras personas de Juicio, cálculo e inteligencia; y observé que escasamente pudieron llegar a trescientos hombres entre muertos y heridos los Españoles, pues como tenían por parapetos las referidas paredes y los Franceses no tenían artillería, se estrellaban las balas en las paredes y en las de la ermita de Sn. Miguel, y las que pasaban por encima y arañaban la tierra, lo cual vi después de el combate, y observé que también disparaban a metralla de fusil con postas y se puede ver ser esta verdad en las señales que se advierten en las piedras |47v de la citada ermita de San Miguel y en las señas de las cartucheras francesas que vi derramadas en el campo de batalla. Como por mí mismo observé y vi todo cuanto llevo dicho y otras cosas que indicaban indudable victoria, y que así el señor Blake como los generales Acevedo, Quinos, Fabro recorrían sus puntos de ataque y daban las más acertadas disposiciones, no obstante haber sido mortalmente herido el nunca bien llorado Conde de San Román en una ingle siempre me incliné, y aun me persuadí, que la función se decidía a favor de los españoles, y siendo así no había que recelar destrozos ni robos algunos en las iglesias, porque con éstas y sus utensilios y ornamentos nunca se metieron los desertores o fugados, no obstante los desórdenes referidos.
El habérseme llegado a mí un coronel a el tiempo que acabé de confesar un herido de los voluntarios de el segundo de Cathaluña, que a el intento me presentaron a cosa de las tres de la tarde, y díchome que cuidare más de mi persona y no me expusiese a tanto riesgo, como asimismo de las cosas de la Iglesia y mías, porque no era imposible algún suceso fatal; aunque el ataque presentaba por entonces el mejor éxito, me dio bastante en qué pensar, y, aunque con la mira de ver en qué paraban las cosas, y para confesar y auxiliar algunos heridos que me presentasen, me mantuve en un puesto en que presenciaba todos los puntos y acciones del ataque, determiné pasar a mi casa al ponerse el sol. Luego que me encaminé, noté vibrar sobre mi persona a extraordinaria altura alguna bala de fusil; esto me conmovió a abreviar el paso y pensar con más seriedad en sumir a Su Divina Majestad y recoger y ocultar los sagrados utensilios y ornamentos.
En efecto, me resolví a ello, pero impidieron la más pronta ejecución una muchedumbre de soldados que me sorprendieron a el llegar a casa y a fuerza tuve que darles cuantos comestibles tenía, con inclusión de las frutas, menos un pan y algunas carnes; habiéndome dejado éstos en libertad, determiné poner en ejecución lo referido, pero tampoco pude hacerlo por haber llegado cuatro oficiales con sus asistentes a alojarse en mi casa; y de los primeros, el uno contuso y el otro, llamado Dn. Thomás de Laiseca, subteniente de los voluntarios de Navarra, tan herido en la coronilla de la cabeza que se iba en sangre; me fue preciso curar de él y de los demás, y darles de cenar lo que llevo dicho; estando cenando conferen |48 ciamos sobre los peligros y la necesidad de sumir a Su Divina Majestad, y a ninguno de ellos fue de sentir que los franceses volviesen a acometer respecto a la matanza hecha en ellos, y que en caso de no retroceder al romper el alba, Blake los debía acometer sin que pudiesen rehacerse. Con todo no dejaban de recelarse ser posible mandar la retirada. Para noticiarnos si había algunos indicios de ésta, enviamos a uno de los asistentes a los ranchos y competentes caminos de este pueblo de Para, y habiéndome puesto yo mismo en observación, de resultar a las tres y media de la mañana sumí a Su Divina Majestad y traje todos los utensilios, y santos ornamentos a mi casa, con el fin de ponerlos en decencia y darlos a mi feligrés Anselmo Ruiz de Palacios, para que me los ocultara en su casa u otro sitio oculto a el intento. Tampoco lo pude poner en ejecución por haber llegado una lluvia de soldados a pedir que comer y cuya hambre era tal que se comieron el pan que por la noche se echó en el horno, más bien en masa que cocido. Valíme de los mencionados oficiales para que me echasen fuera de casa los soldados y a el momento puse manos a la obra de ir componiendo las cosas de la Iglesia para ocultarlas; y he aquí que todo el ejército español veo que va en fuga desordenada por detrás, por delante, por dentro y todas partes de este pueblo y de sus términos; reparo y advierto a los Franceses cerca de mi casa y corriendo hacia ella a como menos y mucho menos que a medio tiro de fusil, pues ya estaban junto a la Barrera más próxima a mi casa.
En este conflicto lo dejé, todo por no poder más y me retiré a las alturas, y al monte, en donde, y en otros muchos parajes, me guardó el Señor con una providencia especial y nunca caí en sus manos aunque estuve a su vista y algunas veces entre brezos y alechos, a medio tiro de pistola. Luego que las circunstancias se presentaron menos peligrosas, me presenté en este Pueblo, en el que vi, como los demás, vi saqueada y destruida mi Iglesia y los Santos Altares y Sagrario. Entré en mi casa, y encontrándola toda derrotada y saqueada, miré con el dolor que se puede suponer, que ni el Santo Cáliz, ni copón ni chrismeras ni ornamento alguno, ni cosa alguna de la Iglesia, ni mía, a no ser un poco de grano, había en ella. Así como fui el primero, o de los primeros Párrocos, que se presentaron a sus Pueblos, fui el Primero o de los primeros, a quien sorprendió el dolor al ver los desastres ocurridos en él y en ellos. Inmediatamente pasé a buscar utensilios |48v pero no los encontré por haber acaecido en las demás Iglesias comarcanas y en las de los pueblos en que se dio el ataque, y del tránsito del ejército, lo mismo que en la de Para, a excepción de la de Barcenillas de Cerezos en la que no dieron con uno de sus cálices y chrismeras.
Hallándome en estas circunstancias el día cinco de Diciembre de este año mil ochocientos y ocho, a cosa de las dos de la tarde, supe que la referida Ángela Gutiérrez se hallaba bastante enferma, y a el momento pasé a su casa, y pareciéndome que estaba de mucho peligro la confesé, y a el instante pasé al antedicho pueblo de Barcenillas por la santa unción, el cáliz y todos los demás requisitos, para celebrar luego que llegase la hora competente, el Santo Sacrificio de la Misa, a fin de poderla administrar el Sagrado Viático; administrela en efecto la santa unción y la apliqué la Indulgencia pro articulo mortis, la exhorté a la unión con Dios a quien recibiría, si podía celebrar el Santo Sacrificio; y si no podía, que no se angustiase por esto demasiadamente, pues ya la recibía con sus vivos deseos y christianos afectos; finó a las diez de la noche, poco más o menos, de este día cinco, y por esta causa no me fue posible administrarle la divina Eucharistía o sagrado Viático.
Todo lo dicho por ser cierto, y haber pasado según que va relacionado para que conste, y sirva de aviso y precaución en lo succesivo, si llegase semejante caso, de que Dios nos libre y libre a éste y otros pueblos, Iglesias, Párrocos y feligreses, lo firmo en éste de Para de Espinosa de los Monteros, el día seis de Diciembre de este presente año de mil ochocientos y ocho, yo, el infrascripto Vicario de su antedicha Iglesia Parroquial por el Rmo. Abad de el Real Monasterio de Monjes Benitos, sito en la villa de Oña, en el Arzobispado de Burgos, quien como tal es su Párroco, así como de otras muchas Parroquias al citado monasterio, pleno jure anexas y unidas. = Fr. Iñigo Alonso Guerra (rubricado). Fray Iñigo Alonso Guerra (rubricado)."
Hay constancia en el relato del desconcierto en que se había sumido Fray Iñigo ante el espectáculo de la conducta de los soldados españoles en las horas previas al choque con la tropa napoleónica. Parecía como si una locura colectiva se hubiera apoderado de la voluntad de aquellos hombres, dados unos a la destrucción gratuita de cuanto encontraban a su paso, y corriendo otros en desbandada para alejarse del lugar.
Con ese asunto iniciaba la descripción de los prolegómenos, los días días 8 y 9 de noviembre, de la explicación de la batalla. Exponía su extrañeza y preocupación por la desorganización y por el desorden imperante en el conjunto castrense de los españoles. Testigo de los desmanes de una parte de los soldados, no solo exponía, siguiendo los cauces propios del cuerpo militar, su queja al mando, sino que incluso le proponía soluciones confluyentes en un doble objetivo, acabar con los daños causados por los excesos que se cometían y asegurar, mediante el restablecimiento de la disciplina, la fortaleza necesaria para resistir a la previsible y próxima embestida del enemigo. "Mis ojos —decía— no pueden ver con indiferencia la fuga vergonzosa seguramente de más de diez mil soldados [...] y mucho menos mi corazón puede callar los inauditos males que nos hacen [...] Señor, si en algún día se debe evitar la deserción y compeler a los soldados fugados a incorporarse a sus cuerpos respectivos, es en que nos hallamos. La deserción se contendrá [...] se pondrá en aptitud de la defensiva u ofensiva que convenga [...] y cesaremos de llorar y mucho de exclamar [...] que nuestros enemigos son los que vociferan ser nuestros defensores".
Al avanzar el día la preocupación se iba transformando en temor, la incertidumbre en desasosegado presagio y lo imprevisible en necesidad de idear formas de proceder para preservar la salvaguardia de la parroquia.
Crecía el temor con las noticias que llegaban de la retaguardia. Las tropas del General Blake retrocedían perseguidas por los franceses desde sus posiciones en Bercedo y Villasante, en la Merindad de Montija El avance del ejército galo no se detenía, aunque sí se ralentizaba por la barrera defensiva y por la resistencia de los españoles, cuya retaguardia, a mediodía, llegaba a las inmediaciones de Espinosa, donde ya se situaban efectivos de otros cuerpos de ejército. Rápidamente se distribuyeron por puntos defensivos naturales y se ocuparon los huecos estratégicos, mientras se completaban los preparativos del General Blake para una retirada ordenada de su ejército y el de Asturias hacia Reinosa. Pero "mudó de parecer y apostó sus tropas (no las fugadas, pues éstas no volvieron)" para el combate.
Al entablarse, el día 10, el violento combate, Fray Iñigo se adentró en el fragor de la batalla y se empotró en la tropa española. Moviéndose de un lugar a otro, a la vez que dispensaba auxilios espirituales a soldados heridos y moribundos, pudo seguir, con curiosidad morbosa el desarrollo de los acontecimientos, de los que unos días después dejaría constancia con esta pequeña crónica escrita en el libro de defunciones de su parroquia.
No puede pasar desapercibido el valor que apreciaba en la acción del cuerpo de ejército del Conde de San Román y Marqués de la Romana.
"Vi que sólo los mencionados de el Norte y la Artillería hacía e hizo tal matanza en los Franceses que por lo menos, desde las dos de la tarde hasta el poner de el sol, murieron más de ocho mil a mi entender [...] y observé que escasamente pudieron llegar a trescientos hombres entre muertos y heridos los Españoles".
Es coherente con la observación, que ya hemos citado, de Nicolás Barquín Arana cuando presenció en Santander el desembarco del cuerpo de ejército del Norte o Fionia, que tornaba al suelo patrio para combatir al invasor. Su experiencia y entrenamiento le insuflaban confianza.
Un sentimiento similar comenzaba a vislumbrar el pensamiento de Fray Iñigo desde su percepción de lo que ocurría en el campo de batalla.
"Como por mí mismo observé y vi todo cuanto llevo dicho y otras cosas que indicaban indudable victoria, y que así el señor Blake como los generales Acevedo, Quinos, Fabro recorrían sus puntos de ataque y daban las más acertadas disposiciones, no obstante haber sido mortalmente herido el nunca bien llorado Conde de San Román en una ingle siempre me incliné, y aun me persuadí, que la función se decidía a favor de los españoles, y siendo así no había que recelar destrozos ni robos algunos en las iglesias, porque con éstas y sus utensilios y ornamentos nunca se metieron los desertores o fugados [españoles], no obstante los desórdenes referidos".
Este optimismo comenzó a torcerse en las primeras horas de la tarde.
"El habérseme llegado a mí un coronel a el tiempo que acabé de confesar un herido de los voluntarios de el segundo de Cathaluña, que a el intento me presentaron a cosa de las tres de la tarde, y díchome que cuidare más de mi persona y no me expusiese a tanto riesgo, como asimismo de las cosas de la Iglesia y mías, porque no era imposible algún suceso fatal; aunque el ataque presentaba por entonces el mejor éxito, me dio bastante en qué pensar, y, aunque [...] para confesar y auxiliar algunos heridos que me presentasen, me mantuve en un puesto en que presenciaba todos los puntos y acciones del ataque, determiné pasar a mi casa al ponerse el sol".
Barruntaba ya, con razón, que el peor de los desenlaces imaginables pudiera suceder. Temía que a los desmanes que había visto en los trastornados soldados españoles se añadiera con la llegada de la soldadesca francesa el pillaje y un saqueo generalizado, sin excepción para los utensilios y objetos sagrados eclesiales. Ideaba cómo aminorar los daños, no sólo materiales sino también espirituales que sospechaba podían causar. Por eso se anticipaban sus pensamientos para poner a buen recaudo lo que por su apariencia o valor pudiera ser objeto de rapiña y, sobre todo, para evitar sacrílegas profanaciones. Era preciso consumir las sagradas formas que se custodiaban en el sagrario antes de la llegada del ejército invasor. "A las tres y media de la mañana sumí a Su Divina Majestad y traje todos los utensilios, y santos ornamentos a mi casa, con el fin de ponerlos en decencia y darlos a mi feligrés Anselmo Ruiz de Palacios, para que me los ocultara en su casa u otro sitio oculto a el intento". Pero no pudo ponerlo en ejecución.
Consumada la derrota de los españoles y ocupado el pueblo y alrededores por los franceses, nuestro clérigo, como otros muchos habitantes, huyó al monte.
"En este conflicto lo dejé, todo por no poder más y me retiré a las alturas, y al monte, en donde, y en otros muchos parajes, me guardó el Señor con una providencia especial".
Allí permaneció escondido, con otros convecinos, un tiempo prudencial.
A finales de noviembre se atrevieron a regresar.
"Luego que las circunstancias se presentaron menos peligrosas, me presenté en este Pueblo, en el que vi, como los demás, vi saqueada y destruida mi Iglesia y los Santos Altares y Sagrario". El panorama con que se encontraron era desolador 18.
En medio de aquella devastación, tuvo noticia de la grave enfermedad de la feligresa Doña Ángela, a la que ayudó espiritualmente en lo que pudo, pero no en todo lo que quería, pues la destrucción de los franceses en la iglesia lo hacía imposible. Se lamentaba, por ello, Fray Iñigo de no haber logrado cumplir con la administración a la moribunda Ángela del sacramento de la Iglesia específico para este caso, el del Santo Viático, pero, explicaba, para dar fe y dejar constancia, que, aunque no físicamente, sí lo había recibido espiritualmente por su deseo, y por eso la había consolado con la seguridad del valor de las intenciones. Causas ajenas a su voluntad lo habían impedido.
Mientras en Espinosa de los Monteros se lloraba por los muertos, en París disfrutaban con los festejos de la victoria y se hacían celebraciones arrogantes.
Las autoridad civil de Francia anunciaba uno de estos actos para el domingo, 25 de diciembre de 1808, en la catedral de Notre Dame, de París. Se presentaba como una acción de gracias sin mención alguna para los miles de víctimas acaecidas en las filas de su ejército. En el contexto de la propaganda napoleónica no cabía un recuerdo para el cúmulo de sus desdichados soldados cuyos cuerpos sin vida se desparramaban en los campos ensangrentados por aquella terrible acción bélica que Napoleón había arrastrado hasta España. Algunos, desenterrados por los perros, eran comidos por los buitres en Espinosa de los Monteros. Vecinos compasivos porfiaban con las alimañas intentando darles tierra para que tuvieran descanso en paz los que habían sido víctimas de la guerra, "de que Dios nos libre y libre a éste y otros pueblos, Iglesias, Párrocos y feligreses", imploraba el Párroco de Para, Fray Iñigo Alonso Guerra, que, en una de esas ironías adobadas por el azar, mostraba Guerra como segundo apellido mientras impetraba paz.
N O T A S
1 ARCHIVO DIOCESANO DE BURGOS. Sign. A40, A1a Libro de Difuntos de la Iglesia Parroquial Monasterial de Santa Eulalia, de Para, de la Villa de Espinosa de los Monteros. Comienza en Año de 1742 [1742-1861], 59 fols., fols. 45v-48v.
2 Se publicó una versión de este texto en Altamira. Revista del Centro de Estudios Montañeses, 1953, 1-2-3, págs. 225-234.
3 Notice sur la bataille d'Espinosa de los Monteros gagnée par l'Armée française sur los espagnols, les 10 et 11 novembre 1808 avec deux plans. París. 1808. 11 págs., 2 planos; QUEIPO DE LLANO RUIZ DE SARAVIA, José María. Historia del levantamiento, guerra y revolución de España. Madrid. Imprenta de Don Tomás Jordán. 1835-1837. 5 vol., cf. vol. II, págs. 139-151; ROSELL, Cayetano. Adición a la Historia de España, del Padre Juan de Mariana y continuación de Miniana escrita por D. Cayetano Rosell. Tomo XIX. Madrid. Oficina del Establecimiento Central. 1842. 204 págs., cf. págs. 140-151; PEREDA MERINO, Rufino de. Los Monteros de Espinosa. Burgos. El Monte Carmelo. 1918. 647 págs., págs. 91-92 ; COPLEY GOODWIN, Winslow. "El Marqués de la Romana y los planes ingleses para la defensa de España en 1808", Revista de Historia Militar, XVIII, 36, 1974, 39-58; VIQUEIRA MUñOZ, José Enrique. "La Infantería de Marina en la Guerra de la Independencia", Revista General de Marina, 255, 2008, 267-280, cf. págs. 273-277.
4 Bárcenas, Espinosa de los Monteros, Para, Quintana de los Prados, Santa Olalla.
5 De 1748 es el proyecto de Marcos de Vierna Pellón para un camino de Santander a la meseta por el puerto de Lunada y Espinosa de los Monteros. ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS. Signatura MPD, 12, 156. Caminos principales que bajan a los Puertos desde las Peñas Altas que dividen a Castilla (1748). Marcos de VIERNA PELLÓN [arquitecto] delineabit me. De pocos años más tarde —1785— es el trazado propuesto por los arquitectos de marina Francisco Solinís y Juan Andrés Solmes, que, salvado el portillo de la Sía, también pasaba por Espinosa de los Monteros. A él se debe asimismo el puente sobre el río Trueba en Espinosa de los Monteros (1785). CENTRO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO — Colección PCGE — AR — Signatura Ar. E-T.5-C.2-14. Plano topográfico general que manifiesta la dirección del Proyecto de avertura de nuevo camino de las Reales Fábricas de Artillería de la Cavada y Liérganes a la Villa de Espinosa de los Monteros e igualmente el de sus ramales de comunicación para el comercio interior de Castilla y Rioxa con la Ciudad de Santander, terminando aquel en la Ciudad de Burgos y el último a la vista de derecha Provincia de Rioxa y el ramal particular de dichas fábricas a la dicha Ciudad de Santander.
6 ARCHIVO CARTOGRÁFICO DE ESTUDIOS GEOGRÁFICOS DEL CENTRO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO. Cartoteca del Centro Geográfico del Ejército — Colección SG — Signatura Ar.E-T.6-C.1-153. Plano del Campo de batalla de Espinosa de los Monteros / El Capitán de Estado Mayor Enrique Ylla Alvarez; el Comandante de Estado Mayor Francisco López de Quintana Acedo.
7 ARCHIVO CARTOGRÁFICO DE ESTUDIOS GEOGRÁFICOS DEL CENTRO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO. Cartoteca del Centro Geográfico del Ejército — Colección SG — Signatura Ar.E-T.6-C.1-154(1). Batalla de Espinosa de los Monteros. 10 y 11 de Noviembre de 1808. Acción del día 11. Pertenece al Atlas de la Guerra de la Independencia, lámina 6, publicado por el Depósito de Guerra.
8 PEREDA MERINO, Rufino de. Los Monteros de Espinosa. Burgos. El Monte Carmelo. 1918. 647 págs., cf. pág. 91.
9 Memorias que sirvan a la posterioridad Apuntes históricos sobre la antigüedad de la villa de Espinosa de los Monteros, destrucción, repoblación, privilegios, etc. Noticia individual de sus batallas en los días diez y once de Noviembre de mil ochocientos y ocho y relación de sus padecimientos, etc. hasta el presente con los beneficios que la han sobrevenido, etc. Y árbol genealógico explicado de los ascendientes del Bachiller en Sagrada Theología D. Nicolás Barquín Arana de Salazar, actual Abad de Pechón. Manuscrito con 253 págs. El Ayuntamiento de Espinosa de los Monteros ha publicado las 94 primeras páginas, que tratan de la batalla de Espinosa, La Batalla de Espinosa de los Monteros. Extracto de las Memorias de Don Nicolás Barquín Arana, Abad de Pechón [con introducción de Félix Castrillejo Ibáñez]. León. Ayuntamiento de Espinosa de los Monteros. 2008. 219 págs.
10 "Los españoles, aunque victoriosos y llenos de fuego patrio no podían contar con la inmensa fuerza que traían, porque además de ser la mayor parte bisoña, no tenían el equipo de lo más necesario, sólo el ardor y deseo de ver rescatado a su Rey". Batalla de Espinosa de los Monteros. Extracto de las Memorias de…, pág. 101.
11 "[la División del Marqués de la Romana] con mediación y auxilio de los Ingleses desamparó en el norte hacia Suecia las banderas de Bonaparte a quien auxiliaban por venir a defender su Patria. Esta división, como acostumbraba a pelear al lado de los franceses dio mucho entusiasmo y ánimo al ejército español y después de equipada se unió al ejército de la izquierda o Galicia y se dio a la dicha el nombre de División de Fionia o del Norte". Batalla de Espinosa de los Monteros. Extracto de las Memorias de…, pág. 101.
12 Formando parte de un maquiavélico plan para debilitar al ejército español y mermar su capacidad de resistencia, Napoléon había logrado que tropas españolas partieran del territorio patrio para posicionarse en lugares lejanos. En ese contexto unos 14.000 hombres, al mando del General Pedro Caro, Marqués de la Romana, habían salido en 1807 para apoyar a las tropas napoleónicas en el norte de Europa, en Alemania y Dinamarca. Advertido secretamente el General Caro de la peligrosa deriva de los acontecimientos que ocurrían en España, había caído en la cuenta del error de anteriores cálculos geoestratégicos. Con apoyo naval de Inglaterra, se planteó el regreso del cuerpo expedicionario, aunque no lo consiguió completamente. Una parte significativa de la tropa no pudo embarcar y quedó presa en Dinamarca.
13 Este tipo de episodios no fue exclusivo de los prolegómenos de la batalla de Espinosa de los Monteros. Así se acredita por un bando, de finales de diciembre de 1808, del Conde de la Romana. "El escandaloso desorden con que se ha retirado el Ejército de la Izquierda de Espinosa a esta ciudad [León], la multitud de jefes y oficiales que han abandonado sus tropas [...] olvidando las obligaciones que les impone la Ordenanza, con gravísimo perjuicio del servicio de S. M., de la Patria y de su propio honor. Los robos y desórdenes que muchos han autorizado y tolerado a sus tropas, con daño irreparable de los buenos y honrados vecinos que nos han auxiliado. La floxedad con que sostiene la disciplina y exacta subordinación [...] me obligan imperiosamente a ordenar y mandar...". Citado por Xosé Ramón BARREIRO FERNÁNDEZ, "La Guerra de la Independencia en Galicia", Revista de Historia Militar, LII, 2008, núm. extraordinario, págs. 115-140, cf. pág. 127.
14 PEREDA MERINO, Rufino de. Los Monteros de Espinosa..., pág. 91.
15 Muerto el General Acevedo dentro de la población, sólo quedó a su lado un joven Oficial, Rafael del Riego. PEREDA MERINO, Rufino de. Los Monteros de Espinosa..., pág. 92.
16 PEREDA MERINO, Rufino de. Los Monteros de Espinosa..., págs. 91-92.
17 La Batalla de Espinosa de los Monteros. Extracto de las Memorias..., pág. 149.
18 "Hicimos juntar los vecinos que pudimos hallar en la Villa, registramos el Campo desde la Ermita de San Miguel [...] y todas las demás partes por donde se hallaban los cadáveres, que todos se hallaban desnudos, y serían de unos setecientos a ochocientos entre Franceses y Españoles, y haciendo unas torcas en que pudiesen caber de cuarenta a cincuenta cuerpos, los fuimos sepultando en ellas, mas los de la sierra a poco tiempo fueron desenterrados por los buitres y perros, y eran tantos, y tan rabiosos y enconados los que se juntaron que nadie se atrevió ni a espantar ni a acercarse a ellos. En el campo de batalla debieron haber sido algunos sepultados por los franceses, porque después de algún tiempo sacaron algunos los perros, los cuales se hallaban vestidos, y los que nosotros enterramos todos estaban aún sin camisa". La Batalla de Espinosa de los Monteros. Extracto de las Memorias..., pág. 148.