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QUINTANALARA. METAMORFOSIS DE UN PUEBLO A BIBLIOTECA

José Luis MORENO PEÑA

Los libros inventan y construyen pueblos imaginarios. Ítalo Calvino describió las más inefables ciudades de la imaginación y el ensueño en su libro Las ciudades invisibles. Dice que entre ellas "no se encuentran ciudades reconocibles. Son todas inventadas"1. No incluyó ninguna de las que pueden ser las más bellas, ciudades de libros.

Los pueblos pueden imaginar y edificar historias reales de libros que son pueblos. El de Quintanalara acopla hoy su nombre entre recuerdos y libros. Tiene una iglesia, amada por sus parroquianos, en la que ya no hay solemnidades de bautizos, ni de bodas, sólo ceremonias tristes de funerales. El templo tiene una torre, con un reloj de pesas. Rompe la monotonía de los días con el soniquete de los cuartos, las medias y las horas. En el campanrio hay unas campanas casi mudas, porque no hay campanero, ni labriegos y pastores desparramados por las tierras y el monte a los que hablar con su voz de metal. Ya no entonan el broncíneo toque del Ángelus. En su tejado hay un nido grande. Es la casa de las cigüeñas. Les gusta tanto que todos los años hacen un largo y fatigoso viaje en el avión de sus alas desde África para disfrutar aquí de un apacible veraneo.

Hay entre los juncales una charca, en la que juegan al escondite las ranas. En invierno, aletargadas, dormitan en el barro. Por eso están a salvo cuando se acercan a beber en la laguna las grullas. Como son tímidas y no saben esconderse, al aproximarnos para verlas se avergüenzan, aletean rápidamente por el aire y se esfuman en la lejanía. Tal vez, muy pronto, ya no volverán. Y se desvanecerá el recuerdo de su presencia, como el de aquella majestuosa pareja de águilas reales que, años ha, criaba a sus polluelos en los riscos de Peñadobes.

Sigen llegando, cada primavera, los misteriosos vencejos, que no se sabe dónde viven, y las enigmáticas y queridas golondrinas. No vienen todas, sólo las que construyen en los aleros golondrinas asomadas en las ventanitas de sus nidos de los tejados sus nidos de saliva y barro con balconcitos por los que se asoman las crías esperando a sus padres. Ya no se ven aquí, haciendo sus inverosímiles piruetas y acrobacias, las que vivían en el interior de las casas, porque fueron desahuciadas por la devastación de los sitios en que habitaban, las chimeneas de campana. Quintanalara

El pueblo tiene una calle larga y unas pocas callecitas pequeñas, con unas decenas de casas de piedra, de calizas blancas y ocres o de areniscas con cromatismos de caramelo y miel. Ya no hay colmenas al otro lado de las rendijas de sus muros. Tampoco se abre la mayor parte de sus ventanas para regar geranios y albahacas.

En otro tiempo, junto a las casas pululaban gallinas atolondradas. Se alborotaban y corrían despavoridas hacia ninguna parte cuando, intermitentemente, en el cielo se cernía la negrura amenazante del alcotán. Como ahora no hay gallinas, ya no se las ve trastornándose. Es posible que tampoco haya alcotanes.

No hay gallinas porque tampoco hay, casi, gente. La mayor parte del tiempo las calles se ven vacías, las puertas cerradas, las ventanas sin luz cuando se acaba la tarde. Brillan, entonces, los astros en el cielo hermoso de la noche. Guiños balbuceantes de las estrellas, transparentes veladuras delante de la luna, esplendida blancura de la Vía Láctea acunan la ensoñación del pueblo dormido hasta que el amanecer acerca, con la estruendosa algarabía de los pájaros, un nuevo día

Esto es parte de lo que pasa en Quintanalara, en la comarca de Tierra de Lara, uno de los 1.200 minúsculos pueblos de que se compone la provincia de Burgos. Los datos oficiales certifican, según el padrón del Instituto Nacional de Estadística, que tiene 33 habitantes. Sin embargo, son sólo 12 los residentes reales. Paradojas de la estadística, que se repiten en la mayor parte de los pequeños núcleos rurales del conjunto provincial. Pero, a pesar de su exiguo volumen demográfico no pensemos que es la más pequeña de las poblaciones de Burgos, donde incluso hay un municipio, con su ayuntamiento propio, que cuenta únicamente con 5 habitantes.

Las consecuencias emocionales de tan mermado contingente demográfico se acentúan por el aislamiento. Quintanalara está a 25 kilómetros de Burgos, pero fuera de las rutas de carreteras conocidas, en uno de los valles —entre la Sierra de Casarejo y las crestas que se inician en el Picón de Lara— que se interponen entre las montañas de la Sierra de la Demanda y las llanuras de Castilla, en un sitio por donde no se pasa para ir a ningún otro lugar.

Hasta 1985 disponía de comunicaciones por vía férrea. El cierre por el Gobierno de la Nación de la línea de ferrocarril Santander-Mediterráneo, el 1 de enero de 1986, privó a la población, y sobre todo a la más vulnerable, de un medio de transporte cómodo y asequible. Vivir en el pueblo no sólo se hizo menos atractivo sino que se tornó desalentador. El inmisericorde desmantelamiento de esta arteria vertebradora del territorio descubrió a sus habitantes no sólo la actitud de abandono con que les hacían víctima los poderes públicos sino, además, la contumacia en su desatención. Se generó una sensación de exclusión, que alimentó sentimientos de desánimo, y con ello se potenció el, ya anteriormente iniciado, proceso de vaciamiento poblacional y de empequeñecimiento, de lo que es expresión la menguada magnitud de la escasa docena de personas que forman hoy el grupo humano que mantiene vivo el lar de los antepasados.

Quintanalara se ha convertido así en uno más entre los desconocidos núcleos de poblamiento diminutos de Burgos, que se han ido achicando en el último medio siglo al compás de los cambios experimentados en los métodos y técnicas agrícolas. Es uno de los pueblos del silencio, de los que casi sólo se oye hablar cuando hay elecciones porque, aunque sus pobladores no sean muchos, al fin y al cabo sí que sirven para recolectar algunos votos de sus habitantes, la mayor parte de ellos supuestos, pues, en realidad, viven en otra parte.

A pesar de tanto contratiempo, del desalentador mensaje que se percibe escondido en las actitudes de los mandamases de la política y de sus monaguillos, Quintanalara, uno de esos lugares de los que no se habla nunca, se ha rebelado contra el sino de la depauperación y del complejo de anonadamiento inherente a la espera de un incierto futuro. No se resignaba a lo que presagiaba su triste devenir y, aunque la población era menguada, creyó que eso no era obstáculo para emprender aventuras. Y se embarcó en una muy bonita, una aventura "de libro", y aun más, pues es plural, una aventura de libros.

Hace unos años ya había impulsado una nueva fuente de riqueza, con plantaciones truferas y la primera feria de trufas de la provincia, un elemento de innovación para sumar a su economía agropecuaria tradicional. Pero, como "no sólo de pan vive el hombre", como sin el conocimiento y la cultura no se puede vivir en plenitud, y como estar aislados no es imperativo ayuno del alma, el pequeño vecindario rechazó que la soledad fuera cercén para el cultivo del espíritu. Sus habitantes se ilusionaron, entonces, con un emocionante proyecto, "Entrelibros", génesis de la "biblioteca del Potro", creada ex nihilo en tiempo record y ejemplo de reciclaje cultural en esta época en que hasta las bibliotecas universitarias llaman al trapero para que se lleve sus libros.

La joven biblioteca —que se inauguró 16 de junio de 2016— nació por la conjunción de dos componentes, uno fundamental, la ilusión, otro circunstancial, la oportunidad. Bien amalgamados dieron lugar a una suma mayor de lo matemáticamente resultante del valor de cada uno de los sumandos.

Les había llegado la noticia de que una imprenta, al poner fin a su actividad, se iba a deshacer de los libros que tenía en almacén. Tras ponerse en contacto con sus responsables obtuvieron un apreciable número de volúmenes. Con ellos se surtió el primer fondo bibliográfico de la incipiente biblioteca. Ya podían sazonar los viajes de su fantasía con las imágenes del mundo contadas por los libros. Sentados en la cálida solana de la puerta de su casa o sonrientes por la caricia térmica de "la gloria" en los meses fríos del invierno, vivían las aventuras soñadas que no tuvieron oportunidad de hacer reales cuando eran jóvenes.

Seguidamente, a través de medios de comunicación social difundieron una petición de donaciones a aquellos particulares que pensaran deshacerse de libros o que, atraídos por tan sugerente empresa bibliotecaria, se animaran a entregar volúmenes de sus propias bibliotecas personales. La notoriedad que proporcionan las redes sociales, con su capacidad para acercar el conocimiento incluso de los puntos más lejanos o más aislados, atrajo a un elevado número de personas. La respuesta fue sorprendente, además de inmediata. En pocos meses llegaron más de 30.000 volúmenes, la mayor parte procedente de particulares. Tras el conocimiento del éxito inicial, se produjo la incorporación de algunas instituciones, públicas y privadas, como la Universidad de Navarra, que envió varios centenares de libros. En el pueblo muestran su agradecimiento haciendo mención de este gesto cada vez que comentan la génesis de la biblioteca.

El éxito de esta singular empresa cultural ha sido posible, pues, por la masiva y anónima contribución popular, ilusionada en la distancia desde el momento en que tuvo conocimiento de la insólita petición hecha desde Quintanalara.

Pero, con la masiva respuesta se sobrepasaron las previsiones más optimistas y se desbordaron los cálculos que se habían hecho para continente del proyecto lector. Se había previsto acondicionar como biblioteca un pequeño edificio rehabilitado tiempo atrás, "el potro", genuino representante de la arquitectura funcional del mundo rural en siglos pasados. Era un equipamiento imprescindible para herrar al ganado de labor en que se basaba la fuerza de tracción para las labores agrícolas y para toda clase de acarreo voluminoso o pesado. En el caso de Quintanalara había sido, asimismo, el lugar de alojamiento dispuesto por el ayuntamiento para que se cobijaran y pernoctaran los indigentes transeúntes —"los pobres"— que, recorriendo la comarca, pasaban por el pueblo pidiendo limosna. Ahora se renovaba para cumplir ota función.

Un carpintero local amuebló todo el perímetro de la sala con estanterías de madera. biblioreca el Potro, de Quintanalara Fieles a las tradiciones, la trajeron del mismo lugar del que desde tiempo inmemorial se habían surtido los vecinos para sus labores de carpintería, los frondosos montes de la cercana "Tierra Pinariega". Sus aromáticos tablones, junto a otro material de bajo coste, tablas recicladas de pallets, se transformaron en una especie de casa de muñecas para la segunda vida de los libros.

Pero allí no cabían todos. Solamente se podían colocar unos 10.000. Los más de 20.000 restantes deberían aletargarse en el almacén hasta que se pudiera habilitar otro local. Eso no fue óbice para que, en lugar de esperar adormilados en sus cajas se incorporaran a una biblioteca peculiar, en la que estanterías virtuales se yuxtaponían a las estanterías materiales. Así, una parte de la "biblioteca del Potro" —12.000 libros— pasó a integrarse en la red bookcrossing de internet2. Con ello ha adquirido proyección internacional y el viaje de los libros de esta sección, que pasarán de lector a lector, se podrá seguir por 132 países3.

De este modo se ha configurado una biblioteca peculiar, rica en la puesta en práctica de ideas innovadoras. No es una biblioteca al uso de las que conocemos en las grandes ciudades. Como en ellas, una parte corresponde al préstamo, para su lectura en casa. Tiene, también, su sección infantil. Para los más pequeños, los libros se encuentran dispuestos en una especie de artesas, donde les resulta más fácil y atractiva su elección, convertida en juego. Se planea, sobre todo, con afán de biblioteca de cercanía, a la que acudan los lectores a recoger el libro que buscan. Se piensa ya en el diseño de lugares, insólitos por sus características, que hagan de la lectura una aventura única. Es, también, una biblioteca de intercambio, donde se puede llevar un libro y dejar otro en su lugar. Y se ha convertido en una biblioteca viajera, cuyos libros viajan con sus historias por los más remotos países del mundo.

Se produce, así, una curiosa disociación entre este libro-pueblo y la cotidianidad del aislamiento físico e institucional impuesto a tantos y tantos pueblecitos silenciados del mundo rural. Es una bonita iniciativa que contrasta, también, con la desidia de tantas instituciones y organismos públicos que eliminan sus libros porque estorban, incluidos los de sus centros de publicaciones.

Con sus 10.000 libros en las estanterías y más de 20.000 almacenados en depísito, por falta de espacio, ya se está acondicionando para acomodarlos de modo accesible otro edificio como biblioteca de lectura. Será, además, sede de diferentes actividdes culturales, para dar continuidad formal a las que hasta ahora se han programado, con gran éxito de calidad y afluencia.

Se mira hacia un bonito modelo, "la villa del libro", de Urueña, en la provincia de Valladolid, en un lugar también recóndito, los Montes Torozos, cerca del impresionante conjunto monumental de los Jesuitas en Villagarcía de Campos, donde el P. Isla escribió su inefable Fray Gerundio de Campazas. Quintanalara se postula como "el pueblo de la lectura", capaz de atraer visitantes turísticos amantes de los libros, con un tejido de espacios públicos singulares para la lectura. Entre ellos se piensa en una casa rural biblioteca, o, acaso, una casa-libro, para hacer en esta tierra un Paraíso como el que soñaba Jorge Luis Borges en su Poema de los dones 4.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

El día del libro, que ya es "el día del libro de la Tierra de Lara", se celebra por todo lo alto. Se presentan libros, se proyectan documentales etnográficos, hay animaciones de lectura infantil, actúan grupos de música tradicional —el grupo Espliego en 2019— y se entregan los premios del certamen de relatos cortos "Tierra de Lara", que se convoca desde 2017. "Los premios en metálico no son grandes —explican en la biblioteca—, pero la afluencia refleja el cariño con que los participantes se involucran en esta aventura cultural", a la que se van incorporando escritores que envían ejemplares de sus nuevas obras. La biblioteca cuenta, por ejemplo, con todos los libros de Miguel Delibes, por regalo de su Fundación.

Quintanalara se ha convertido ya en lugar de presentación de nuevos libros, adonde acuden encantados los autores por el romántico entorno que los recibe, y no con menos afluencia de público que en la ciudad. Se busca el resorte que resulte atractivo para la juventud.

También se acogen iniciativas para el conocimiento del mundo rural y para su proyección externa, mientras sueñan con otro proyecto, un centro de estudios históricos, centrado en la historia de Castilla. Su logro depende de que el incremento futuro de fondos bibliográficos haga posible una sección especializada para este fin.

 

N O T A S

1 CALVINO, ítalo. Las ciudades invisibles. Madrid. Siruela. 1994. 173 págs.

2 https://www.bookcrossing.com

3 https://www.bookcrossing.com/about

4 BORGES, Jorge Luis. El Hacedor. Buenos Aires. Emecé Editores. 1960. 109 págs.